(No) todos somos Leopold Bloom

Por Carlos Jáuregui

¡Iniciamos el 2024!

Todo el mundo al gimnasio y a terminar con los vicios y malos hábitos.

Si como resolución de año nuevo, eres de esos pocos valientes que por primera –o quizá por quinta vez– han decidido por fin terminar el Ulises, les recomendamos ampliamente apoyarse en la titánica ayuda que Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises del español Eduardo Lago (Madrid, 1954) provee. 

Poco se puede añadir con respecto a la gigantesca novela de Joyce, considerada por la crítica como la mejor en inglés del Siglo XX y la cual en el 2022 cumplió el centenario de su publicación. Sobra referirse a tantos enigmas que la envuelven y basta con repetir (a modo de advertencia) lo que Carl Jung solía decir de ella: “el texto produce en el lector un irritante sentimiento de inferioridad”.

Hay muy pocos libros –dejando de lado su propio valor literario– que tienen el señorío para distanciarse y cerrar la puerta de golpe a todo aquel que se dice lector y consume thrillers y novedades insulsas. De todos ellos, el Ulises es sin duda el barómetro que determina el tipo de lector que eres. 

La mayoría de la gente que gusta de los libros tiene con el Ulises la misma relación que con una bacteria o con la dark web: saben que existe, pero jamás la han visto; otro gran porcentaje –liberalmente auto referido como lector– sabe más o menos de qué va y hasta quizá sus ochocientas o mil páginas (dependiendo la edición) adornen su librero, reprochándole la derrota de no haberlo terminado o peor aún, de ni siquiera haberlo intentado. Y es que de todos aquellos que dicen haber leído el Ulises hay que creerles a dos, como máximo.

Y es que el Ulises pertenece a este club singular de libros que la gente afirma de manera enfática adorar y de hecho celebrar, sin siquiera haberlos leído. Tropicalizándolo, es nuestro Pedro Páramo o Cien años de soledad. Pero a modo de peregrinaje fallido, el camino está plagado de volúmenes no leídos y de lectores vencidos que se quedaron en el intento de domar al Ulises. De ahí el sumo valor que Eduardo Lago ofrece con su Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises.

Tan solo hacerse de este ejemplar de Editorial Galaxia Gutemberg es una misión compleja: a través de Iberlibro.com, dimos con un volumen que tenían en una recóndita librería de un pueblo olvidado de Valencia, de ahí se envió a otra librería de Valencia con mayor alcance de distribución, de ahí a Madrid, voló a México y cuatro meses después, lo tuvimos en nuestras manos. El mismo autor lo advierte “quienquiera que esté leyendo estas líneas tiene en su cabeza un canon literario personal, firmemente consolidado para quienes tenemos detrás muchos años de lectura.” Esto en absoluto es pedantería, es solo un desmarque de aquellos que creen que leer literatura es pasearse con el bestseller del verano bajo el brazo. El texto de Lago está muy lejos de ser el regalo de intercambio navideño, pues el lector núbil no encontrará sentido alguno el leer un libro que le habla de otro libro.

James Joyce

Pero Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises no solo dilucida contexto e intención del autor irlandés, sino también funge de guía obligatoria a fin de entender todo lo acontecido en el fatídico 16 de julio de 1904 –conocido como Bloomsday–, exponiéndolo con la claridad y simpleza de una guía de videojuego.

No todos los libros son iguales, ciertas lecturas –sin siquiera otorgarles aquí los calificativos de “mejores o peores”– requieren algo más que la valentía o el impulso de querer leer algo “complejo”; algunas demandan un contexto o bagaje previo, ofreciendo a cambio, una lectura sublime.

Un claro ejemplo de la importancia de esto es la primera parte de El ruido y la furia de Faulkner: si se lee sin tener el contexto, parece simplemente un desvarío; plagado de sonidos y objetos aparentemente sin sentido. Adentrándose en la lectura, se descubre que ese primer capítulo, está narrado por Benjy, el cuarto hijo de la familia Compson, quien sufre de retraso mental. Faulkner en esta primera parte, refiere al soliloquio de Macbeth Tomorrow: “Es un cuento, narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que significa nada”; entendiendo contexto y referencia, entonces todo hace sentido y se aprecia el talento de Faulkner en su técnica y belleza al describir objetos tan simples como lo es una cuchara.

Lago nos explica en el texto la relación y justificación de cada uno de los personajes, cuándo es que se encuentran a lo largo del día y qué relación guardan entre sí todos los eventos que ocurren simultáneamente entre las ocho y las dos de la madrugada dentro de la novela de Joyce; y es que cada capítulo no solo tiene su escena y hora del día, sino también tiene su propia relación con un órgano humano, su color, su arte, su símbolo y su técnica literaria:

“El capítulo 15 representa una obra de teatro, pero es que el capítulo 13 toma presentado el tono de una novela romántica. Luego el 12 es un juego que parece sacado de un espectáculo de improv en el que la narración se ve interrumpida por situaciones exageradas, una detrás de otra. El capítulo 11 quiere convertirse en una partitura musical, jugando con aliteraciones y onomatopeyas. Y el 14 imita la narrativa inglesa más clásica. En conjunto, el texto tiene complejos juegos de palabras y adivinanzas dirigidas, según el propio Joyce, a los críticos literarios.”.”[1]

De ahí quizá surja la pregunta incómoda: ¿Para qué entonces meternos en todo este embrollo por un simple libro?, ¿Para qué el tener que saber algo de La Odisea, empaparse un mínimo de historia y cultura irlandesa, tener ciertas nociones básicas de simbolismo, de estilos narrativos, de figuras literarias, el deducir que Stephen Dedalus y Leopold Bloom son desdoblamientos del mismo Joyce en distintas edades, el tener presente obras como La Divina Comedia de Dante, los Cuentos de Canterbury de Chaucer y el Decamerón de Bocaccio etc.?, ¿para qué todo este trabajo? 

La respuesta a invertirle todo el esfuerzo anterior es simple: para darle sentido y aumentar el goce de la lectura. Al igual que sucede con el coleccionista de objetos o fanático de una afición, su exceso de tiempo e interés invertido solo será entendida por aquellos que padezcan del mismo vicio. El valor del texto de Lago es colosal; puesto que hoy, viéndolo en retrospectiva, jamás alentaría a alguien más a adentrarse al Ulises sin ésta –la mejor, para nosotros– o cualquier otra guía de referencia del texto.

Pues aun estando consientes dentro del episodio 7 (Eolo) de la existencia de las más de 100 distintas figuras literarias usadas, de la guía en la aparición masiva de personajes secundarios y de la advertencia de los saltos en decenas de conversaciones que se quedan a medio contar, es demasiado y sin tener un apoyo, uno se pierde porque el escritor irlandés se cansó de dejar mensajes crípticos, referencias y juegos de palabras (“constransmagnificanjudeogolpasustancial” por poner un ejemplo).

Teniendo el contexto que el autor madrileño aporta en su ensayo, todo adquiere sentido y aunque el mareo y el sentimiento de confusión no terminen, al menos tranquiliza. Y partes tan geniales como el soliloquio en cama de Molly Bloom que cierra el texto –ocurrido aproximadamente entre tres y cuatro de la madrugada– adquieren un nuevo cariz una vez que se entiende la técnica narrativa usada de “corriente de consciencia”, el guiño de Joyce a la fiel Penélope, al infinito, a la tierra; el regreso al pasado y la condición compleja del personaje de Molly (quien resulta ser el más interesante), etc. Todo ello dentro de ocho enunciados formados por 5,000 palabras, sin ningún tipo de puntuación.  

Advertimos que no va a ser fácil, entrarle al Ulises es lo mismo que entrar a un maratón: hay que entrenarse previamente. Uno no simplemente se inscribe y se pone los tenis para correr el mismo día; se requiere llegar al inicio de la carrera con cierta preparación.

Adentrarse al mundo de Joyce es lanzarse de cara al océano sin importar si uno sale victorioso o no (la clave es no frustrarse si acaba devuelto y exhausto en la orilla); hay que aguantar el revolcón de las olas y agradecer salir de ahí con vida.

Al final valdrá la pena y sentirás la satisfacción del que llega a la cima de la montaña.

“Lo que hizo el Ulises hace ahora cien años fue cambiar para siempre las leyes que rigen el arte de escribir ficción”.


[1] https://www.esquire.com/es/actualidad/libros/a26109134/ulises-james-joyce/

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