¿Quién es mi padre?

Por Guillem Borrero

Título: Mi padre alemán

Autor: Ricardo Dudda

Editorial: Libros del asteroide

Lugar y fecha de publicación: Barcelona, 2023

Si, como sostiene Javier Cercas en su ensayo El punto ciego, toda novela orbita alrededor de una pregunta a la que nunca se logra responder satisfactoriamente, tal vez pueda parecer que la cuestión que late enterrada en cada una de las páginas de Mi padre alemán (Libros del asteroide, 2023), de Ricardo Dudda, sea: ¿quién es mi padre? Sin embargo, algo deducible leyendo el mero título sería sospechosamente simple. De modo que lo que acaso permanezca oculto en la narración, pero dándole fuerza y coherencia tanto a la escritura como al empeño de la lectura, no es tan evidente ni tan fácilmente consignado en las pocas palabras de esa cuestión que tan a la ligera da el asunto por zanjado. Resultado de -supongamos- el punto verdaderamente ciego y de momento velado en la novela: la movilización del interés del lector sin saber muy bien por qué sigue leyendo.

Ricardo Dudda arranca el libro contándonos el aparente origen del libro: de niño solía utilizar las anécdotas de su padre (nacido en la extinta Prusia en 1940) para confeccionar algunos trabajos de la escuela, pero llegó un día en que a sus manos fueron a parar documentos familiares que ponían en duda y completaban las lagunas de la versión que el padre daba sobre la familia. El libro es el resultado. Y no es precisamente una hagiografía, acepta o confiesa el autor.

A continuación, Dudda combina dos líneas temporales: la del presente, en la que nos muestra la peculiar y entrañable relación que tiene con su octogenario padre; y la de la saga familiar de los Dudda desde finales del XIX hasta el presente, es decir, hasta él mismo. Y así, se van acumulando datos provenientes de dos fuentes, del relato familiar de boca del padre, y la constatación factual de los hechos sirviéndose de toda clase de documentos, desde pasaportes ensangrentados hasta permisos de residencia desgastados por el siglo y emitidos por gobiernos de países que ya no existen. ¿De cuál de las dos fiarse más? La primera tensión se hace palmaria: memoria e historia. ¿Pero memoria a lomos de la historia? ¿O memoria contra historia? La conflictividad de la relación es evidente, y ha de tocar a todo lector que tenga (mala) memoria. ¿Qué debe prevalecer cuando estamos tratando de nuestra familia? ¿Lo que demuestra un sello, o lo que recuerda el padre? Dudda se debate en ese dilema algunas páginas, pero pronto se posiciona, y el problema pasa a ser el modo en que hay que tomarse los datos históricos cuando estos contradicen frontalmente la propia memoria. ¿Hacía frío o la temperatura era suave cuando tuvieron que huir de casa pocas horas antes de que llegaran los soldados del Ejército Rojo? El parte meteorológico constata los grados, lo dice el termómetro, ¡pero yo tenía frío!

Conforme avanzan los capítulos, también avanza la consabida cronología que tantas veces hemos leído o visto en películas: el inmediato éxito de las campañas nazis en 1939, 1940, 1941; en 1942, paulatinamente, las tornas empiezan a volverse y a finales de ese año los alemanes encajan las primeras derrotas; 1943 indica el inicio del declive con la apertura de un segundo frente en el circo europeo… y así hasta la furibunda irrupción de los soviéticos en Berlín en la primavera de 1945, justo después del suicidio de Hitler. Nada nuevo. ¿Nada nuevo? ¿En serio puede decirse semejante necedad de un periodo histórico tan tremendo? Dudda acalla a los que hayan pensado de forma semejante poniendo el foco donde le llevan los documentos familiares celosamente guardados por su padre. Y no solo sabemos, con igual sorpresa que él, del pasado nazi de un abuelo (lo que nos temíamos desde la contraportada y se veía venir desde el final del prólogo), sino que la crónica sigue los no tan frecuentados pasos -con el permiso de Heinrich Böll y Günter Grass- de los supervivientes alemanes por un país en ruinas. Desde los mismos campos que ellos abrieron y los aliados cerraron para reabrir pocas semanas después, hasta cruzar las fronteras reciente y nuevamente redibujadas de la vieja Europa, ese es el itinerario de él y su familia, relatado con esa equilibrada mezcla de recuerdos inexactos y datos librescos e irreprochables que tanto seduce como inspira sospecha.

Nos acercamos al presente. El padre ya está en España, viviendo otras de sus tantas vidas antes de entrañar a Ricardo, el autor, quien a estas alturas de la narración ya habrá descubierto que, cuando en adelante oiga su propio nombre, no podrá dejar de sentir un cierto conflicto que no sabrá si considerar válido o no, pertinente o extemporáneo, propio o ajeno. Por fin aquí el lector entiende (y creo que asimismo el autor mientras lo ha escrito) de qué va el libro. No es una biografía del padre. Estamos ante una obra de autoficción. Y la buena autoficción -como lo es ésta- conlleva riesgos: puede y debe arrastrar al autor a las propias catacumbas, y no todo el mundo tiene que querer (o ser capaz de) penetrar en ellas. La pregunta en las sombras y sin respuesta que empapa el libro no puede ser otra que:

¿Quién soy yo?

A ver quién es el valiente que se atreve a responderla. Dudda ha tenido el coraje de intentarlo.

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