Mundo Anclado: un cuadro del México actual

Por Carlos Jáuregui

Si con sus novelas anteriores (Nuestro mismo idioma y la compleja Agenbite of Inwit) el mexicano Alejandro Espinosa Fuentes (CDMX, 1991) ya había demostrado un terminante dominio del lenguaje, en su última entrega Mundo anclado (Contrabando y Nitro Press, en coedición española y mexicana, 2023) el autor sale bien librado bajo una interesante narración polifónica. Dentro de una suerte de caleidoscopio cinematográfico, los personajes de la novela narran la misma trama desde una perspectiva propia, encimando imágenes y diálogos condicionados por lo subjetivo y la exégesis velada de cada uno de ellos. El cambio de voz narrativa de Espinosa Fuentes no solo es impecable, sino indispensable para armar el rompecabezas que el autor propone.  

“¿Por qué para hacer justicia

uno debe disfrazarse de asesino?”

Mundo anclado en principio parecería ser un thriller bien construido, de corte detectivesco evocando a La promesa de Durrenmatt (1958) y otros ejemplos de novela negra; pero sus líneas narrativas a lo Bolaño, Torri y Faulkner, entre otros autores modernistas, incluyendo un leve coqueteo de culteranismo de Francisco de Góngora, la clasifican como una novela total; y la realidad es que Mundo anclado es una novela que delinea y denuncia las formas de un país roto, desvela sistemas burocráticos y anacrónicos que rigen la política, las instituciones y la literatura en México. Espinosa Fuentes no se arruga para exponer desde la fallida justicia mexicana hasta a las vacas sagradas de nuestra clase culta:  

“Los intelectuales pierden la perspectiva política a la menor provocación, creen que las migajas que les avienta el Estado son privilegios y se ven a sí mismos como iluminados de la más alta sociedad, sin saber que para las clases bajas son chocantes y para las clases altas monitos de feria”.

Mundo anclado es el conducto por el cual, Espinosa Fuentes llega al entendimiento y la digestión de este sinsentido que es México: donde el mestizaje condena, el éxito se vende y los ideales se distorsionan bajo una sociedad arribista e impune. En un sitio en donde todos parecen estar llenos de buenas intenciones para terminar aplastando al de al lado.

La trama se basa en un feminicidio narrado desde el recuerdo personal de los cinco personajes involucrados. Acompañar el desdoblamiento de cómo ocurrieron los hechos es el objetivo de la lectura. Diez años atrás, impulsados por sus guerrillas personales y orígenes resquebrados, los jóvenes personajes de Mundo anclado, advirtiendo un falso apocalipsis –en tiempos de la inusitada epidemia A H1N1 de 2009– se refugian dentro de una idílica casa en la Huasteca, buscando recrear una especie de comuna autosustentable para escapar de todo –a lo The Beach, novela de Alex Garland–. Embebidos de citas literarias, música, alcohol y sueños revolucionarios, buscan cambiar al mundo sin lograr siquiera salvarse ellos mismos, dentro de este país en donde sobrevivir es un lujo y es imposible llegar a la verdad.

La interacción y complicidad entre ellos –más por abandono que por conveniencia– entremezcla sus distintos mundos, solo convergiendo en que todos ellos están condenados de inicio; movidos bajo su falso libre albedrío, actúan acorde a sus impulsos mientras que todas decisiones ya han sido tomadas por otros, desde un tiempo anterior. Como en la mitología griega, los personajes de Mundo anclado yerran una y otra vez en la obstinada búsqueda de la verdad inasible y última, mientras las Moiras ya tienen trazado el destino de cada uno de ellos:

Cuautli es un poeta, aprendiz de merolico y artista callejero, oriundo de Chiapas, abusado por la sociedad y víctima irremediable de lo que significa ser mestizo en nuestro país; su inocencia y desarraigo se equipara a su ingenio para sobrevivir y su capacidad de caer en la cárcel.  

Julio Segovia, en apariencia el más encaminado hacia el futuro, como estudiante de letras y asistente de una vaca sagrada de la facultad de filosofía y letras de la UNAM, desvela ser un ególatra y se condena al creerse el más listo de la clase; un “borracho autocompasivo, típico clasemediero neurótico”.  

Jenny, una minúscula joven, arrabalera y sincera, es la única del grupo quien no tiene maldad, ego, ni intenciones ocultas; ella es simplemente, como Vallejo la describe “la verdad, la razón y la justicia”.

Mélida Areúsa, idealista defensora de todas las causas (incluso aquellas que no le corresponden) y huérfana de un desparecido revolucionario, es el hilo conductor de la historia, y quien involucra al grupo en la búsqueda para indagar su pasado, activando así la maquinaria que terminará destrozándolos.   

Pedro “el sabio” Vallejo, un eterno estudiante trunco quien todo lo explica a través de su personal diccionario de piedras, es el más crudo, analítico e inerte, de presencia omnisciente que funge de observador y es también quizá el más cuerdo, pues es el único consciente de saber en dónde terminan las búsquedas de la verdad, las implicaciones de la lucha social y la inoperancia de la justicia.   

“Vallejo era el único que se mantenía impávido sentado en una esquina, a Cuautli le tenía sin cuidado la corrección política y hacia con la mano una pistola coreando ‘Mátalas’ mientras Jenny hacia como que recibía sus disparos en el pecho y meneaba las tetas. ¿Y Julián? Julián bebía y se camaleonizaba con quien más le conviniera”.

Las historias paralelas de cada uno son igual de relevantes que la trama principal de Mundo anclado y es solo dentro de la confesión (dividida en capítulos segmentados por la narración de cada personaje, plasmada en diversos géneros; ya sea en forma de poesía, diario, corrido, diccionario o novela de aprendizaje) que entendemos la gravedad y la lucha interna entre ellos, dentro de un texto completo que rebosa alta cultura y al mismo tiempo, tiene tintes modernistas del estilo de José Emilio Pacheco o de Luis Zapata (nos viene a la mente: “El vampiro de la colonia Roma”).

Y es que de la misma forma en que Hansel (personaje de los hermanos Grimm) arrojaba guijarros blancos en el camino para no perder línea, el autor mexicano, dentro de las casi 400 páginas de Mundo anclado, entremezcla por igual personajes históricos, mitología, datos geológicos, canciones, referencias literarias y demás elementos de la cultura pop, para resolver el rompecabezas que intencionalmente, no busca resolver nada; no es casualidad que el más sabio del grupo se apellide Vallejo (como aquel genial y difunto poeta ) o que Mélida se apellide Areúsa (como la prostituta clandestina en La Celestina).

Dentro del plano narrativo, la obra de Espinosa Fuentes rebosa recursos y figuras literarias. Las elipsis temporales y variantes en la focalización, en donde los personajes varían entre narradores testigos y homodiegéticos, permiten hilar la línea de la historia. El ritmo, la férrea introspección y la abundancia en los juegos de palabras distienden la gravedad y la extensión de la novela:

“Mal llamado calendario azteca, todos tenemos uno en las monedas de diez pesos…Tal vez sea una falta de respeto que convirtiéramos en dinero la más poética de las esculturas de nuestros antepasados. Tal vez sea una falta de respeto que la palabra poesía sea sinónimo de pobreza y, no obstante, la moneda mexicana tenga hasta tres poetas en sus carátulas, Sor Juana, Nezahualcóyotl y hasta Octavio Paz en la moneda de veinte. Jugó bien sus cartas nuestro premio Nobel de literatura, su verdadero logro, único en su tipo, fue convertirse en el primer poeta millonario de México”.

Espinosa Fuentes tiene dentro de Mundo anclado el rango suficiente en la prosa para expandirse y mutar entre las múltiples voces, alternando entre lo denso y sublime desde el punto de vista literario, hasta lo más simple y mundano:

  • En esos mítines –dijo Cuautli–, se hace una agenda solo para agendar lo que se agendaria si lo agendado fuera agendable. 

Mundo anclado se lee a través de compuertas temporales que forman la historia, como se observaría a un cuadro puntillista que requiere ser apreciado desde la distancia. Al final, dentro de esta tragicomedia, no existe catarsis ni galardón para sus personajes, el destino los termina alcanzando y aplastando. El conjurarlos a querer quemarlo todo para reconstruirse desde las cenizas, solo quema a aquellos que han iniciado el incendio:

“La historia la hacen los héroes, pero la escriben los traidores. A quien no le quede claro que el sobreviviente, el exitoso, el longevo, siempre es, en cierta medida, un traidor.”

Previo al epílogo, que aporta luz a todo lo ocurrido, Pedro Vallejo, desde su solemne monolito rememora la reconstrucción de los hechos y entiende la realidad de un México secuestrado y mutilado por la violencia, y que no hay más salida para ellos que el ser víctimas o victimarios:  

“¿por qué para hacer justicia uno debe disfrazarse de asesino?”

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