(No) todos somos Leopold Bloom

Por Carlos Jáuregui

¡Iniciamos el 2024!

Todo el mundo al gimnasio y a terminar con los vicios y malos hábitos.

Si como resolución de año nuevo, eres de esos pocos valientes que por primera –o quizá por quinta vez– han decidido por fin terminar el Ulises, les recomendamos ampliamente apoyarse en la titánica ayuda que Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises del español Eduardo Lago (Madrid, 1954) provee. 

Poco se puede añadir con respecto a la gigantesca novela de Joyce, considerada por la crítica como la mejor en inglés del Siglo XX y la cual en el 2022 cumplió el centenario de su publicación. Sobra referirse a tantos enigmas que la envuelven y basta con repetir (a modo de advertencia) lo que Carl Jung solía decir de ella: “el texto produce en el lector un irritante sentimiento de inferioridad”.

Hay muy pocos libros –dejando de lado su propio valor literario– que tienen el señorío para distanciarse y cerrar la puerta de golpe a todo aquel que se dice lector y consume thrillers y novedades insulsas. De todos ellos, el Ulises es sin duda el barómetro que determina el tipo de lector que eres. 

La mayoría de la gente que gusta de los libros tiene con el Ulises la misma relación que con una bacteria o con la dark web: saben que existe, pero jamás la han visto; otro gran porcentaje –liberalmente auto referido como lector– sabe más o menos de qué va y hasta quizá sus ochocientas o mil páginas (dependiendo la edición) adornen su librero, reprochándole la derrota de no haberlo terminado o peor aún, de ni siquiera haberlo intentado. Y es que de todos aquellos que dicen haber leído el Ulises hay que creerles a dos, como máximo.

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25 años del suicidio adolescente más famoso de la literatura

Por Aitor Romero Ortega

  • Título: Las vírgenes suicidas
  • Autor: Jeffrey Eugenides
  • Editorial: Anagrama
  • Lugar y Año: Barcelona, 1993

El lugar que Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) elige para situar las peripecias de su primera novela es una pequeña ciudad de esa América indeterminada y vulgar, alejada del luminoso ideal neoyorquino (o californiano) así como de la épica salvaje del sur profundo de Faulkner y sus numerosos epígonos. Un paisaje más bien gris, anodino, deudor de esa mediocridad que los anglófilos denotan a la perfección con el término average, tan preciso, y cuya grandeza se funda en su absoluta falta de grandeza. Y es curiosamente en esa América monocolor, desprovista de todo heroísmo, donde se han enraizado algunos de los proyectos narrativos más estimulantes del realismo norteamericano de la segunda mitad del siglo XX. Es el país de Cheever y de Carver, y también el de Updike, y, hasta cierto punto, el de Lucia Berlin.

Eugenides coloca en el centro de su relato a las hermanas Lisbon, un grupo de cinco chicas que conforman lo que al principio podría parecer un conjunto indiferenciado de adolescentes entre 13 y 17 años cuyos rasgos y gestos solo se explican en perfecta sincronización de unas con otras, como si en todo momento estuviesen interpretando los movimientos previamente ensayados de una coreografía un tanto indolente. Cecilia, Lux, Bonnie, Mary y Therese: cinco adolescentes vigiladas y enclaustradas en el interior de una arquetípica casa con jardín por los designios del catolicismo intransigente de una madre paranoica. Después se agregan al relato otros elementos característicos de ese subgénero de la narrativa norteamericana, con ramificaciones propias tanto en el cine como en la literatura, que podríamos clasificar como “ficciones de instituto”. El propio instituto como espacio de confrontación con el mundo, los barrios residenciales, el baile, la mitología del coche, los previsibles ritmos de la ciudad de provincias, y la figura del joven rebelde y pasota como héroe definitivo.

En un principio podría pensarse que Eugenides ha escrito una novela que se sostiene en la repetición costumbrista de una mitología ya gastada, la de la vida juvenil en Estados Unidos tantas veces contada en sus diferentes épocas. Sin embargo, lo interesante en la novela de Eugenides es el uso de todos los elementos arquetípicos del género para construir una ficción muy personal. Podría echarse mano de la idea de parodia literaria, como el recurso que tiende a distorsionar levemente los rasgos característicos de un determinado género o cultura. Y en ese sentido Las vírgenes suicidas parece emparentada con películas como Juno o Ladybird o incluso American Grafitti, narraciones que parecen encuadrarse en el espacio reservado para las ficciones comerciales de instituto pero que enseguida se revelan como narrativas con distintos grados de complejidad. Entre los niveles de lectura existe sin duda una visión desencantada del fin de la adolescencia como estación final de la primera juventud que empieza a adentrarse en la hipocresía y en la mediocridad del mundo adulto. Algo que sin duda conecta a la novela de Eugenides con la obra de Salinger en ese espacio reservado para la angustia adolescente, que podríamos considerar como elemento central de cierto existencialismo norteamericano.

Tal vez el rasgo literario más característico de Las vírgenes suicidas y el que sostiene la novela entera en un notable ejercicio técnico de su autor, que consigue mantener la tensión de su apuesta a lo largo de doscientas páginas, sea esa voz narrativa en primera persona del plural, ese nosotros casi poético y siempre tan arduo, que por momentos remite a un indeterminado grupo de amigos, a una generación entera que recoge lo que sucede en una pequeña ciudad de la América profunda, como si el narrador fuese la voz mancomunada de todos los chicos adolescentes que un día estuvieron secretamente enamorados y fascinados por el misterio insondable de las hermanas Lisbon. No han faltado críticos que, ante el origen griego de Jeffrey Eugenides, apelaran al coro teatral de las obras clásicas griegas. El propio Homero muchas veces ha sido confundido con una multitud, como si su voz en lugar de la de un narrador individual encarnara la de un pueblo entero.

Se hace difícil no pensar en Las vírgenes suicidas como un relato clásico perfectamente encuadrado en un marco moderno y algo pop donde todos los elementos están perfectamente dispuestos. Un grupo de tristes sirenas en el que destaca Lux Lisbon, que ‹‹irradiaba salud y maldad››, la más bella y misteriosa de todas las hermanas, como motor de una historia en la que Eugenides renuncia desde el principio a la intriga, pero en la que a pesar de eso (o gracias a eso) consigue mantener al lector cautivo a través del estilo y la atmósfera. Y es en esa nostalgia de un relato que se cuenta años después, en la nostalgia irrecuperable de la juventud , y en el deseo de revisitar una y otra vez un trauma incurable, donde se sostiene ese canto de cisne que es Las vírgenes suicidas, una novela que conecta con lo mejor de la tradición narrativa estadounidense para renovarla.

 

Bio Aitor Romero